Huelo de prestado

Francamente, a las 3:50 de la madrugada hago muy pocas cosas, como dejarme crecer la barba.Nací un día antes que tú, un mes antes que tú, una década y un año antes que tú. Tengo tiempo muerto porque, si te estoy esperando, voy un paso más adelante en el camino. Entonces, pues me tomo las cosas con calma. A las 3:50 de la madrugada también camino, bostezo, me fumo un cigarro y observo el departamento frente al mío –allá con la luz encendida, acá a oscuras– porque confío en que una de estas madrugadas sucederá el asesinato que imagino desde hace rato: ella, harta de su amante infiel, sacará una pistola y le dará muerte frente a mí. No sabrá que la observo. Arrastrará a su amor por las escaleras y lo meterá en el depósito de agua sobre el techo (que también alcanzo a ver) para írselo bebiendo. Le dirá a su mamá que es él quien la ha abandonado. Explicará en la oficina que se quedó nuevamente soltera. Organizará fiestas con muchos amigos y les compartirá su trago secreto, que no embriaga pero que adelanta el vómito, porque ella cree, en esta etapa de suvida, que no hay borrachera sin vómito. A las 3:50 me siento a escribir, me levanto por agua, enciendo la televisión en el canal de las ofertas e imagino que compro todo: el tonificador de muelas; la repostera que prepara budines –si le das los ingredientes– y que sola regresa a su caja, en donde vive con su marido y eso; el reparador de lanzallamas-para-moyotes, o el reloj que me conviene porque se la pasa todo el día meditando sobre un tapete de yoga y se olvida de mí, y de marcar la hora. También tomo servilletas de papel y las lanzo al aire, con cuentos sin protagonistas, para ver quién las toma. Pero lo que más disfruto es sentir cómo me crece la barba mientras espero a que llegues por mí. Eso hago a las 3:50 de la mañana. Eso hago hoy.

Huelo a mueble viejo, a la boca de un chelo del siglo antepasado, a la ropa que abandonas, doblada. A cansado. 
Huelo a tres, a cinco de la mañana. A gavotte. A mis recovecos familiares y al reloj que fue del abuelo de mi abuelo y que tengo la fortuna de conservar. 
Huelo a hijos, sin tenerlos. A trabajo y a obligación. A la mecha que conduce a la bomba. A la bomba. 
Huelo lejos y cerca: no escondo quién soy y para qué nací.
Huelo fuerte y recio. Blando también. Húmedo. 
Huelo sin pensarlo.
Huelo a tu piel, si me permites. A madera de roble, a memoria de lentejuela.
Huelo a pardo, a negro, a blanco y a salado: huelo en notas altas y en bajos continuos, a mezclador de martinis y a ravioles.
Huelo un día y el otro, también.
Huelo de prestado.

Alejandro Pérez Varela



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